Carta Pastoral: Vida Consagrada: Memoria, desafío y esperanza

Año de la Vida Consagrada

 

A los hermanos presbíteros,
A los hermanos y hermanas miembros de las diferentes Órdenes mendicantes, Congragaciones e Institutos Religiosos,
A las vírgenes consagradas que conforman el Ordo Virginum,
A las monjas de los diferentes monasterios de Vida Contemplativa,
A los miembros de las diferentes Sociedades de Vida Apostólica,
A los miembros de los Institutos Seculares,
A todos los consagrados y consagradas en el Señor: 

 

1. “Gracia a ustedes y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Flp 1, 2).  Con el mismo saludo mediante el cual el Apóstol san Pablo se dirige a la comunidad de Filipos, les saludo a todos ustedes, consagrados y consagradas, presentes en la Diócesis de Querétaro. Al iniciar el año de la Vida Consagrada, quiero recordarles que la belleza de la consagración es la alegría y que la alegría del encuentro con Jesucristo: Evangelio de Dios, es siempre memoria, desafío y esperanza en la vida de la Iglesia. Espero que sea la gracia de Dios y su paz, el camino mediante el cual, cada uno de ustedes renueve su amor y su compromiso como discípulos misioneros de Jesucristo, según sus carismas fundacionales y el estilo de vida de los consejos evangélicos, en este año de gracia.

2. Su Santidad el Papa Francisco nos ha convocado a la celebración de este año con una triple finalidad: 1. “Recordar ‘con memoria grata’ el pasado reciente”. En  el contexto de los 50 años del Concilio Vaticano II y, en particular de los 50 años de la publicación del decreto conciliar Perfectae Caritatis sobre la renovación de la vida consagrada. Reconocemos en estos 50 años que nos separan del Concilio un tiempo de gracia para la vida consagrada, en cuanto marcados por la presencia del Espíritu Santo que nos lleva a vivir también las debilidades e infidelidades como experiencia de la misericordia y del amor de Dios; 2. “Vivir el presente con pasión”. Evangelizando la propia vocación y dando testimonio de la belleza de la ‘sequela Christi’, en las múltiples formas en que se desarrolla la vida consagrada.  Recogiendo el testimonio fiel que han dejado sus fundadores, despertando al mundo con su testimonio profético y haciéndose presentes en las periferias existenciales de la pobreza y la marginación, en las cuales muchos se encuentran sumergidos sin conocer el amor de Dios y sin experimentar la alegría del Evangelio. 3. “Abrazar al futuro con esperanza”. Somos muy conscientes de que el momento actual es ‘delicado y fatigoso’ y que la crisis que atraviesa la sociedad y la misma Iglesia toca plenamente a la vida consagrada. Pero queremos asumir esta crisis no como la antecámara de la muerte sino como una ocasión favorable para el crecimiento en profundidad y, por tanto de esperanza, motivada por la certeza de que la vida consagrada no podrá desaparecer nunca de la Iglesia ya que fue querida por el mismo Jesús como parte inamovible de las comunidades cristianas.

3. Siguiendo estos tres objetivos que Su Santidad nos ha propuesto para la celebración de este año, inspirado en algunos textos de la Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses, el Magisterio reciente del Papa Francisco y mi vivencia pastoral, deseo ofrecer algunas reflexiones que nos ayuden para poder aprovechar al máximo, las gracias espirituales que el Señor nos quiera regalar en el seno de nuestra comunidad Diocesana.

 

I. RECORDAR ‘CON MEMORIA GRATA’ EL PASADO RECIENTE.

“Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos ustedes a causa de la colaboración que han prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy, firmemente convencido de que, quien inició en ustedes la obra buena, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús” (Flp 1, 3-6). 

4. A la luz de las palabras del Apóstol san Pablo a los filipenses, al iniciar esta carta, deseo agradecer a Dios el extraordinario don de la vida consagrada presente en la vida de nuestra Iglesia Diocesana desde los orígenes de su historia. Pues efectivamente “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu” (VC, n. 1). La Diócesis de Querétaro, “desde antes de su fundación, fue bendecida con la presencia de grandes evangelizadores, hombres y mujeres de Dios, quienes con su vida (martiria), su servicio (diaconía) dieron testimonio de Jesucristo Vivo. Anclados en la fe, la esperanza y la caridad edificaron  la casa diocesana, en la cual ahora nos gozamos” (cf. Plan Diocesano de Pastoral, Tercera Etapa 2010 – 2016, n. 1). Gracias hermanos consagrados y hermanas consagradas, nos sentimos orgullosos de su presencia, de saber que en los orígenes de la evangelización y en la gestación de la idiosincrasia cultural, social, arquitectónica, artística, y religiosa, ustedes han sido una presencia clave, especialmente con el trabajo apostólico y misionero de los frailes Franciscanos, Agustinos, Dominicos, Carmelitas, Mercedarios, Jesuitas y Oratorianos, logrando establecer así una cultura cristiana, sólida y comprometida con el Evangelio hasta nuestros días (cf. PDP, n. 4-15. 150).

5. A lo largo de todos estos siglos de historia que nos preceden, como una herencia privilegiada de fe, a pesar de las incertidumbres, las vicisitudes y las problemáticas históricas, la vida consagrada  ha sabido permanecer fiel a la llamada de Dios, incluso en algunos casos con el precio del derramamiento de la propia sangre. Los testimonios de los grandes misioneros como Fray Junípero Serra, OFM., Fray Antonio Margil de Jesús, OFM., Fray Felipe Galindo, OP., Fray Miguel Francisco Zavala, OSA., Fray Pedro de la Concepción, OC., y Fray Trinidad Castillo, OM., entre otros, quienes recorrieron paso a paso las veredas de la Sierra Gorda Queretana y de la Sierra de Guanajuato, han sido la semilla del Evangelio en nuestras tierras y el preludio de la primavera del Evangelio en nuestras comunidades, poniendo las bases para nuestra Diócesis de Querétaro.

6. Es de admirarse la policromía de los carismas, estampados en los hermosos templos y conventos, que caracterizan a la ciudad episcopal, y a toda la Diócesis de Querétaro, lo cual es el vivo reflejo del trabajo y el empeño de numerosas generaciones  de hombres y mujeres consagrados, ‘guardianes de la fe’ y ‘custodios de la promoción integral y la dignidad de las personas’. Es importante señalar también que una pieza clave de esta historia, ha sido sin duda, la presencia de los grandes monasterios de monjas Franciscana, Clarisas y Carmelitas Descalzas, quienes con su vida callada y de oración, han sostenido la vida espiritual de este pueblo y han alimentado el celo misionero.

7. La vida de la gracia nos rebasa y nos sorprende, en estas tierras el Espíritu también se ha hecho presente al inspirar en momentos claves de nuestra historia, carismas específicos con el aroma fresco del Evangelio. Me refiero específicamente a la Rev. Madre Clemencia Borja Taboada, MM, quien ayudó a fundar al Rev. P. Luis Martín y Hernández, el Instituto de las Misioneras Marianas, con la finalidad de ayudar a los pobres. También a la Rev. Madre María Eugenia González Lafon, OSB., acompañada por la sabiduría del Sr. Arz. Don Leopoldo Ruíz (Arzobispo de Morelia), fundó el Instituto de Hermanas Catequistas de María Santísima, con la finalidad de preparar catequistas fieles y responsables quienes glorificando a Dios supieran ofrecerse en oblación a la Santísima Trinidad.

8. Hoy somos testigos que como un hermoso ‘racimo de flores frescas’, en la Diócesis de Querétaro se encuentran presentes 22 comunidades religiosas de hombres y 52 comunidades religiosas de mujeres en la vida activa, además de contar con la fortaleza espiritual de 10 Monasterios de Vida Contemplativa, difundiendo el buen olor de Cristo (cf. 2 Cor 2, 15) en los diferentes ambientes sociales y culturales, mediante el ejercicio y la vivencia de los consejos evangélicos, la educación, el cuidado de los enfermos, el acompañamiento y promoción de los indígenas, el acompañamiento a las familias, la promoción y respeto de la dignidad de la persona entre los más débiles, especialmente con los niños, la vida de oración y contemplación; pues “Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente— tienen una típica y permanente « visibilidad » en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo” (VC, n. 1).  Hermanos y hermanas consagrados,  quiero pedirles en nombre del Señor Jesús que, de manera cercana y paternal, sigan difundiendo el aroma del Evangelio, ahí donde no se le conoce y ahí donde es necesario que entren aires nuevos, mostrando la alegría de vivir. Muchos de ustedes trabajan y desgastan su vida entre las nuevas generaciones, especialmente con los niños y con los jóvenes, muéstrenles con su ejemplo de vida que Jesucristo es en verdad “Camino, Verdad y Vida” (cf. Jn 14, 1-12).

9. Al iniciar este año de la vida consagrada, como el ángel a las mujeres el día de la resurrección,  les invito a que cada uno de ustedes vuelva a Galilea (Mt 28, 7), es decir, vuelva al lugar de la primera llamada, donde todo empezó (Mt 4, 18-22). “Volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió seguirlo; volver a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba” (cf. Francisco, Homilía vigilia Pascual, 19 de abril 2014). Es como volver a la orilla  del mar de Galilea donde se comienza a ser discípulo misionero; volver a contemplar el mar donde hemos dejado las redes, ante el gozo del encuentro con Cristo y luego la belleza del seguimiento que se concretiza en la  ‘Consagración’.

10. El llamado a la Consagración, que en un primer momento, es para estar con Jesús y después para compartir su vida y su Evangelio, requiere la obediencia de la fe, la bienaventuranza de los pobres y la castidad radicada en el amor vividos con alegría. No podemos dejar que esta experiencia desaparezca de nuestra vida, pues por el contrario lo habremos perdido todo; habremos perdido la certeza de la llamada, la certeza de nuestra fe, la alegría de nuestra vocación. No olvidemos que vivimos tiempos difíciles donde la verdad se ve violentada por el imperioso mundo del relativismo, donde lo que vale y lo que cuenta es lo que sea productivo, donde aparentemente la fe es una cosa de personas ilusas. Todo consagrado debe confrontar continuamente sus propias convicciones con los dictámenes del Evangelio y de la Tradición de la Iglesia, esforzándose por permanecer fiel a la palabra de Cristo, incluso cuando es exigente y humanamente difícil de comprender. No debemos caer en la tentación del relativismo o de la interpretación subjetiva y selectiva de las sagradas Escrituras. Sólo la verdad íntegra nos puede llevar a la adhesión a Cristo, muerto y resucitado por nuestra salvación.

11. Recordar ‘con memoria grata’ el pasado reciente, ha de ser para cada uno de los consagrados y consagradas, la oportunidad de mirar hacia atrás para ver el paso de Dios en nuestra historia y reconocer que su amor siempre ha estado con nosotros, incluso en las dificultades de la vida personal e institucional. El Papa Benedicto XVI, señaló que en la actualidad muchos cristianos están sumergidos  como en un ‘desierto espiritual’, realidad a la que quizá la vida consagrada no es ajena. Sin embargo, como él afirma: Precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es cómo podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia es vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir, y es allí donde se necesitan personas de fe que con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo (cf. Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa para la apertura del año de la fe, 11 de octubre de 2012).

12. Por lo tanto, el recuerdo de la memoria es también, una oportunidad para purificarse de todo aquello que impida una real y total consagración a Dios, específicamente en la vivencia del propio carisma. Somos conscientes que, por desgracia, no siempre hemos sabido anunciar el Evangelio con la fuerza y la claridad que se nos exige, y hemos opacado su belleza y su claridad con nuestras malas obras y con nuestros malos testimonios, ofuscando el rostro inmaculado de Cristo casto, pobre y obediente. Sin embargo, confiando en el amor misericordioso de Dios que no tiene en cuenta el mal al ver el arrepentimiento, sabemos también que podemos continuamente retomar el camino llenos de esperanza. El amor de Dios encuentra su más alta expresión, justo cuando el hombre, pecador e ingrato, es readmitido a la plena comunión con Él. “Bajo esta óptica, la «purificación de la memoria» es ante todo una renovada confesión de la misericordia divina, una confesión que la Iglesia, en sus diferentes niveles, está llamada constantemente a hacer propia con renovada convicción” (cf. Juan Pablo II,  Mensaje con motivo de la Cuaresma 2001, 7 de enero 2001). En este sentido, el Decreto conciliar Perfectae Caritatis nos ofrece algunos principios generales para promover la renovación de la vida consagrada; considero es bueno que cada comunidad recuerde y a partir de ellos, asuma con humildad aquello que haya que renovar. Esa renovación “comprende a la vez el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institutos, y la acomodación de los mismos, a las cambiadas condiciones de los tiempos” (PC, n. 2). En este sentido el Papa Francisco nos ha exhortado a todos los bautizados a renovarnos en el Señor: “Invito a cada cristiano en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 3). Esto vale también para cada comunidad de consagrados y consagradas, pues la verdadera renovación se dará en la medida en la cual renovemos nuestro encuentro con el Señor Resucitado.

 

II. VIVIR EL PRESENTE CON PASIÓN EVANGELIZADORA

“En mi oración pido que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena comprensión, a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así serán encontrados puros e irreprochables en el Día de Cristo. Llenos del fruto de justicia que proviene de Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios” (Flp 1, 9-11).

13. Estas palabras divinas del Apóstol, quiero dirigirlas hoy a cada uno de ustedes, confiando en que sean un camino seguro para que puedan ‘vivir el presente con pasión evangelizadora’, respondiendo a la llamada de Dios y a los desafíos de la Nueva Evangelización, específicamente en la vivencia los consejos evangélicos, pues “al practicarlos, la persona consagrada vive con particular intensidad el carácter trinitario y cristológico que caracteriza toda la vida cristiana” (cf. VC, 21). La vida consagrada, vivida en la fe, une íntimamente a Dios, aviva los carismas y confiere una extraordinaria fecundidad a su servicio.

14. En este sentido les invito a recordar el sentido teologal de cada uno de los consejos evangélicos:

    a)  La Castidad

“La castidad de los célibes y de las vírgenes, en cuanto manifestación de la entrega a Dios con corazón indiviso (cf. 1 Co 7, 32-34), es el reflejo del amor infinito que une a las tres Personas divinas en la profundidad misteriosa de la vida trinitaria; amor testimoniado por el Verbo encarnado hasta la entrega de su vida; amor « derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5, 5), que anima a una respuesta de amor total hacia Dios y hacia los hermanos” (VC, n. 21 ). El testimonio de la vida de castidad del consagrado, abrazando como único amor el Reino de los cielos, le permite anunciar el valor absoluto del mundo futuro y como fuente de fecundidad apostólica y más aún anticiparlo aquí y ahora. La perfecta continencia en el celibato y la castidad, nos debe llevar a observar la necesaria discreción en todo aquello que pueda resultar peligroso para la castidad de la persona consagrada (cf. Concilio Ecuménico Vaticano II Decreto Perfectae Caritatis sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, n. 12).

La castidad por el Reino de los cielos muestra cómo la afectividad tiene su lugar en una libertad madura y se convierte en un signo del mundo futuro, para hacer resplandecer siempre la primacía de Dios. La Iglesia nos pide una castidad fecunda, una castidad que engendre hijos espirituales en la Iglesia. Es importante que esta fecundidad espiritual anime toda nuestra existencia de consagrados y consagradas. En este sentido el santo Padre Francisco, en repetidas ocasiones ha dicho que “La inquietud del amor impulsa siempre a salir al encuentro del otro, sin esperar que sea el otro quien manifieste su necesidad. La inquietud del amor nos regala el don de la fecundidad pastoral, y nosotros debemos preguntarnos, cada uno de nosotros: ¿cómo va mi fecundidad espiritual, mi fecundidad pastoral?” (cf. Homilía en la Santa Misa de apertura del Capítulo General de la Orden de los Agustinos, 28 de agosto de 2013).

 

    b) La Pobreza

“La pobreza manifiesta que Dios es la única riqueza verdadera del hombre. Vivida según el ejemplo de Cristo que « siendo rico, se hizo pobre » (2 Cor 8, 9), es expresión de la entrega total de sí que las tres Personas divinas se hacen recíprocamente. Es don que brota en la creación y se manifiesta plenamente en la Encarnación del Verbo y en su muerte redentora” (VC, n. 21).  Jesucristo, que poseía toda la riqueza de Dios, se hizo pobre por nosotros, nos dice san Pablo en la segunda carta a los Corintios (cf. 2 Cor 8, 9). Se trata de una palabra inagotable, sobre la que deberíamos volver a reflexionar siempre. Y la carta a los Filipenses dice: “Actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz” (cf. Flp 2, 7-8). Él, que se hizo pobre, llamó ‘bienaventurados’ a los pobres. La pobreza, es la superación del egoísmo en la lógica del Evangelio que enseña a confiar en la Providencia de Dios; pobreza que indica a toda la Iglesia que no somos nosotros quienes construimos el Reino de Dios, ni son los medios humanos los que lo hacen crecer, sino que es en primer lugar, el poder de Dios, la gracia del Señor, que actúa mediante nuestra debilidad. “Te basta mi gracia” afirma el Apóstol de los gentiles (2 Cor 12,9). Pobreza que enseña la solidaridad, el compartir y la caridad, y que se expresa también en la sobriedad y en el gozo de lo esencial para ponernos en guardia contra los ídolos materiales que ofuscan el sentido auténtico de la vida. Pobreza que se aprende con los pobres, los enfermos y todos aquellos que están en las periferias existenciales de la vida.

La pobreza teórica no nos sirve. La pobreza se aprende tocando la carne de Cristo pobre, en los humildes, en los pobres, en los enfermos, en los niños, en el apostolado misionero insertado en la vida de las parroquias y demás circunscripciones, eso mismo le indicó el Señor resucitado al Apóstol Tomás, “ven trae acá tu mano, acerca tu dedo y no sigas dudando” (cf. Jn 20, 27). El Papa Francisco nos enseña que “Es necesario salir de nosotros mismos e ir por el camino del hombre para descubrir que las llagas de Jesús son todavía hoy visibles en el cuerpo de los hermanos que tienen hambre, sed, que están desnudos, humillados, esclavizados, que se encuentran en la cárcel y en el hospital. Tocando estas llagas, acariciándolas, es posible «adorar al Dios vivo en medio de nosotros»” (cf. Francisco, Homilía Domus Sancta Martha, 3 de julio 2013). Lo cual sólo se logra cuando renunciamos a una vida cómoda. El Papa nos lo ha dicho: “Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo»” (cf. EG, n.199).

 

    c) La Obediencia

“La obediencia, practicada a imitación de Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34), manifiesta la belleza liberadora de una dependencia filial y no servil, rica de sentido de responsabilidad y animada por la confianza recíproca, que es reflejo en la historia de la amorosa correspondencia propia de las tres Personas divinas” (VC, n. 21). Es necesario, por tanto, que aprendamos a escuchar, pues una persona que no sabe escuchar o que no se pone a la escucha, no sabrá distinguir la voz de Dios, ni mucho menos sabrá obedecer a la autoridad. “Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír” (EG, n.171). El profeta Isaías en el así llamado ‘tercer cántico del Siervo de Yahvé’ (50, 4-9) narra  como el ‘siervo de Dios’ mañana tras mañana abría el oído para escuchar la enseñanza igual que los discípulos. Una enseñanza que le llevó a comprender que debía de ser causa de salvación para la humanidad.

“La obediencia propia de la persona creyente consiste en la adhesión a la Palabra, con la cual Dios se revela y se comunica, y a través de la cual renueva cada día su alianza de amor. De esta Palabra ha brotado la vida que se sigue transmitiendo cada día. De ahí que la persona creyente busque cada mañana el contacto vivo y constante con la Palabra que se proclama ese día, y la medite y la guarde en el corazón como un tesoro, convirtiéndola en la raíz de todos sus actos y el primer criterio de sus elecciones” (cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, El servicio de la Autoridad y de la Obediencia, n. 7).

 

15. Los consejos evangélicos aceptados como auténtica regla de vida, refuerzan la fe, la esperanza y la caridad, que unen a Dios. Esta profunda cercanía al Señor, que debe ser el elemento prioritario y característico de su existencia, les llevará a una renovada adhesión a él y tendrá un influjo positivo en su particular presencia y forma de apostolado en el seno del pueblo de Dios, mediante la aportación de sus carismas, con fidelidad al Magisterio, a fin de ser testigos de la fe y de la gracia, testigos creíbles para la Iglesia y para el mundo de hoy.

16. La vivencia de los consejos evangélicos en estos tiempos, no podrá ser asumida en plenitud sin el ingrediente esencial de la ‘misión permanente’.  La respuesta a la llamada de Jesús hoy día, exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos, siguiendo la práctica de Jesús que come con publicanos y pecadores (cf. Lc 5, 29-32), que acoge a los pequeños y a los niños (cf. Mc 10, 13-16), que sana a los leprosos (cf. Mc 1, 40-45), que perdona y libera a la mujer pecadora (cf. Lc 7, 36-49; Jn 8, 1-11), que habla con la Samaritana (cf. Jn 4, 1-26) (cf. DA, 135). Este es el camino que el Señor nos propone para vivir el presente con pasión evangelizadora. El Papa Francisco nos ha hecho un fuerte llamamiento a vivir la misionariedad de la Iglesia, siendo una “Iglesia en salida”. “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (cf. EG, n. 20).  “La vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión” (cf. DA, 360). Hermanos consagrados y consagradas, somos una Iglesia en salida.  No se priven de realizar la ‘Misión programática’ saliendo organizadamente junto con los laicos. ¡Salgan a las calles, plazas, mercados, colonias, barrios, vecindades! Inviten a los jóvenes y a los niños, a los estudiantes y a los grupos de laicos con los que trabajan.

17. Necesitamos “desarrollar la dimensión misionera de la vida en Cristo. Cada comunidad religiosa necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad religiosa se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo” (cf. DA, 362). “Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe” (cf. DA, 365).

18. El Magisterio del Papa Francisco es sorprendente cuando afirma: “La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades (EG, n. 33). Creo que una de las grandes riquezas de la vida consagrada es precisamente la ‘creatividad’ que se ve reflejada en la variedad de carismas. Quiero invitarles para que no se guarden para sí mismos los carismas que el Espíritu Santo ha regalado a la Iglesia, pues de ser así, se corre el riesgo de verse asfixiados por los propios intereses y no los de la comunidad de fe. “Cada uno de ustedes, será misionero ante todo profundizando continuamente en la conciencia de haber sido llamado y escogido por Dios, al cual deben pues orientar toda su vida y ofrecer todo lo que son y tienen, liberándose de los impedimentos que pudieran frenar la total respuesta de amor” (cf. VC, n. 25). Quiero animarles para que no se dejen robar la hermosa costumbre de portar el hábito, este sí les compromete y les identifica. A nuestro pueblo le gusta vernos vestidos con el hábito. Reconocen nuestro compromiso y con él, somos para ellos testigos de nuestra consagración.

19. Un aspecto que no puedo dejar de mencionar al dirigirme a ustedes es el de resaltar la grandeza y el valor de la ‘vida fraterna’, como una riqueza que garantiza la vivencia del amor  “en virtud de la cual las personas consagradas se esfuerzan por vivir en Cristo con «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32), se propone como elocuente manifestación trinitaria. La vida fraterna manifiesta al Padre, que quiere hacer de todos los hombres una sola familia; manifiesta al Hijo encarnado, que reúne a los redimidos en la unidad, mostrando el camino con su ejemplo, su oración, sus palabras y, sobre todo, con su muerte, fuente de reconciliación para los hombres divididos y dispersos; manifiesta al Espíritu Santo como principio de unidad en la Iglesia, donde no cesa de suscitar familias espirituales y comunidades fraternas” (cf. VC, n. 21). El desafió es que se note que somos hermanos  “¡No nos dejemos robar la comunidad!” (EG, n. 92) “¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!” (EG, n. 101).

20. Celebrar el año de la vida consagrada es una oportunidad muy hermosa para fortalecer los vínculos de comunión con todos quienes integramos la Iglesia diocesana. En este sentido, la vida consagrada está llamada a ser experta en comunión, tanto al interior de la Iglesia como de la sociedad. Su vida y su misión deben estar insertas en la Iglesia particular y en comunión con el Obispo. Como Obispo, estoy convencido de que una de las maneras donde se refleja la ‘Espiritualidad de la Comunión’, es asumiendo y poniendo en práctica el Plan Diocesano de Pastoral, el cual es el  principio y el fundamento de donde se ha de estructurar y proyectar cualquier actividad pastoral en la vida de la comunidad parroquial, de cada comunidad religiosa, y de los Movimientos y Asociaciones religiosas presentes en la Diócesis de Querétaro, esto exige de cada uno de nosotros su conocimiento, su correcta hermenéutica y su justa aplicación.

21. Todo esto no sería posible sin la ayuda de la gracia y de la comunión íntima con Dios en la oración personal y comunitaria. Es necesario que como consagrados y consagradas “ante todo busquen y amen a Dios, que nos amó a nosotros primero, y procuren con afán fomentar en todas las ocasiones la vida escondida con Cristo en Dios, de donde brota y cobra vigor el amor del prójimo en orden a la salvación del mundo y a la edificación de la Iglesia” (PC, n. 6). Una oración, inspirada en la Palabra de Dios y en la liturgia de la Iglesia, especialmente en la Eucaristía y en Liturgia de las Horas.  En este sentido, la vivencia de los consejos evangélicos “se convierte en ‘exégesis viva’ de la Palabra de Dios”. (cf. Exhort. Apost. Post. Verbum Domini, n. 83). Solo así se entiende que sus padres fundadores y madres fundadoras hayan asimilado el carisma que dio origen a su comunidad.  Pues como agrega la Exhortación sobre la Palabra de Dios en la Vida y en la Misión de la Iglesia Verbum Domini: “El Espíritu Santo, en virtud del cual se ha escrito la Biblia, es el mismo que «ha iluminado con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla», dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica” (cf. VD, 83). Recuerdo con alegría que el Papa Francisco en la Visita Ad Limina Apostolorum nos dijo a los obispos: “Trasciendan en la oración ¡No dejen la oración!, no dejen ese negociar con Dios del Obispo por su pueblo. No lo dejen” (cf. Francisco, Discurso a los Obispos Mexicanos en Visita Ad Limina Apostolorum, 19 de mayo de 2014). Hoy les digo a ustedes, repitiendo el mismo consejo del Papa: Trasciendan en la oración. ¡No dejen la oración! No dejen ese negociar con Dios del consagrado o consagrada por su pueblo. No lo dejen! De manera muy particular quiero seguir pidiendo a las comunidades de Vida Contemplativa que nos ayuden con la oración en pro de la Misión Permanente y en favor de la paz para nuestro México. “Oren sin cesar” (cf. 1Tes 5, 17). Vivan su clausura dando testimonio de fidelidad; allí, dentro del monasterio son también discípulos misioneros.

22. Queridos consagrados y consagradas, “si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (cf. Flp 2, 1-4). De este modo el ejercito de religiosos y religiosas presentes en la Diócesis de Querétaro, será un ‘símbolo vivo’ de que Cristo está presente en medio de su pueblo. No nos dejemos amedrantar por los desafíos que vivimos como Iglesia y como sociedad. “Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!” (EG, n. 109). La caridad de Cristo nos urge y por eso no perdemos la esperanza y la paz.

23. La Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica inspirándose en el Magisterio de la Iglesia y en especial del Papa Francisco nos ha regalado dos hermosas cartas: “Alegraos” y “Escrutad”, que sintetizan una teología exquisita, pastoral y práctica para redescubrir caminos de acción en el actuar de la vida consagrada de ahora en adelante. Les animo para que las conozcan, las mediten y a partir de ellas se haga un buen discernimiento que ilumine el ser y quehacer de sus comunidades.

 

III. ABRAZAR EL FUTURO CON ESPERANZA CRISTIANA

“Nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. El transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio” (Flp, 3, 20-21). 

24. Al iniciar este año de gracia, se presenta para cada uno de los consagrados y consagradas, una oportunidad muy favorable para levantar la mirada al cielo y renovar la certeza de nuestra fe en la resurrección, en la vida futura. La certeza que justifica el ser y el obrar personal y comunitario. Quiero invitarles para que cada uno de ustedes, en su memoria y en su corazón, grabe estas palabras que el Apóstol escribe a los filipenses, mediante las cuales San Pablo, no remite simplemente a una perspectiva futura, sino que se refiere a algo muy distinto: los consagrados y consagradas deben reconocer que la sociedad actual no es su ideal; ustedes pertenecen a una sociedad nueva, hacia la cual están en camino y que es anticipada en su peregrinación.

25. Vivimos un ‘cambio de época’ que ha perdido quizá el sentido profundo de la transcendencia, “desplazando la fe a otro nivel –el de las realidades exclusivamente privadas y ultramundanas–” (cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Spe Salvi, n. 17). “El ‘cristianismo moderno’, ante los éxitos de la ciencia en la progresiva estructuración del mundo, se ha concentrado en gran parte sólo sobre el individuo y su salvación. Con esto ha reducido el horizonte de su esperanza y no ha reconocido tampoco suficientemente la grandeza de su cometido, si bien es importante lo que ha seguido haciendo para la formación del hombre y la atención de los débiles y de los que sufren” (cf. SS, n. 25). Hoy, como consagrados y consagradas, es necesario el replanteamiento de las actitudes, estructuras, y actividades pastorales en fidelidad a Cristo y al hombre contemporáneo, de tal manera que mostremos el verdadero espíritu de la ‘esperanza cristiana’.

26. Considero que en este sentido el ‘genio femenino’ es una riqueza invaluable en nuestra diócesis, pues la presencia de numerosas consagradas en el campo educativo, día con día realizan la labor de la formación y la educación del corazón humano. Sigan ‘educando evangelizando’ y sigan ‘evangelizando educando’, pero por favor háganlo con la ternura de una madre. Eduquemos en la Esperanza Cristiana a nuestros niños y jóvenes. “Las Universidades son un ámbito privilegiado para pensar y desarrollar este empeño evangelizador de un modo interdisciplinario e integrador. Las escuelas católicas, que intentan siempre conjugar la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio, constituyen un aporte muy valioso a la evangelización de la cultura, aun en los países y ciudades donde una situación adversa nos estimule a usar nuestra creatividad para encontrar los caminos adecuados” (EG, n.134).

27. Les invito para que este año la renovación de sus votos la hagan con gran solemnidad, conscientes que su consagración es un ‘signo de esperanza’ especialmente para una cultura cegada por la indiferencia y por la falta de fe. Necesitamos proclamar a los cuatro vientos que la esperanza cristiana es el fundamento de nuestra vida. Que la esperanza de los consagrados y consagradas se fundamenta en la convicción de que la ‘Gracia de Dios’ es más grande que el pecado. Necesitamos volver a aprender de nuevo en qué consiste realmente la esperanza, qué tiene que ofrecer al mundo y qué es, por el contrario, lo que no nos ofrece (cf. SS, n. 22). En este sentido el Papa Benedicto XVI nos enseñó que “El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior” (SS, n. 25). “El hombre es redimido por el amor” (SS, n. 26).

28. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo », «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente «vida». Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza que hemos encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la «vida eterna», la vida verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en toda su plenitud. Jesús que dijo de sí mismo que había venido para que nosotros tengamos vida y la tengamos en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10), nos explicó también qué significa «vida»: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). “La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces «vivimos»” (SS, n. 27).

29. En este horizonte es donde mejor se comprende el papel de signo escatológico propio de la vida consagrada. Esto lo realiza sobre todo la opción por la virginidad, entendida siempre por la tradición como una anticipación del mundo definitivo, que ya desde ahora actúa y transforma al hombre en su totalidad. Fijos los ojos en el Señor, la persona consagrada recuerda que «no tenemos aquí ciudad permanente» (Hb 13, 14), porque «somos ciudadanos del cielo» (Flp 3, 20). Lo único necesario es buscar el Reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6, 33), invocando incesantemente la venida del Señor (cf. VC, n. 26). Frente a los escenarios de la Nueva Evangelización, para ser creíbles debemos saber hablar los lenguajes de este tiempo, anunciando así desde adentro las razones de la esperanza que nos anima.

30. Desde nuestra experiencia de consagración, mostremos esta ‘esperanza cristiana’ a los jóvenes y a los niños, a los enfermos y a los ancianos, a los pobres e indigentes, a las madres solteras y a aquellas con deseos de abortar. Anunciemos que creer en Dios y poner en él nuestra esperanza es motivo de alegría y felicidad; es motivo para estudiar, para vivir, para salir adelante. Y que por ende, no hay razones para que nos dejemos atrapar por las drogas, por la delincuencia organizada, por los signos de muerte que nos circundan.

31. La historia de cada vocación va unida casi siempre con el testimonio de un consagrado que vive con alegría el don de sí mismo a los hermanos por el Reino de los Cielos. Y esto porque la cercanía y la palabra de un consagrado es capaz de suscitar interrogantes y conducir a decisiones incluso definitivas (cf. Exhort. Apost. Post., Pastores Dabo Vobis, n. 39). Les animo para que, motivados por una fuerte promoción vocacional, durante este año se puedan ofrecer a la Iglesia el fruto de nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas. Lancemos nuevamente el empeño de una clara y decidida pastoral vocacional, promoviendo una cultura de la vida entendida como vocación a la santidad, al servicio de los demás en los diferentes estados de vida. Que los jóvenes y los niños, quienes acuden a los colegios, dirigidos por muchos de ustedes, se enamoren del ‘llamado’ por el estilo de vida que cada uno de ustedes vive. ¡Uno de los signos de la eficacia de este año será precisamente el redescubrimiento de la vida como vocación y el surgimiento de vocaciones en el seguimiento radical de Cristo!

32. Quiero invitar a todos los que formamos parte de la Diócesis de Querétaro para que este año de gracia lo celebremos con júbilo, unidos a la Iglesia universal que agradece a Dios el hermoso don de la vida consagrada. Especialmente quiero invitar a los sacerdotes párrocos y a todo el presbiterio diocesano, para que promuevan e integren en las programaciones del próximo año, algunas acciones específicas en favor de esta gran celebración. De manera especial, será muy oportuno agradecer y valorar la tarea apostólica en aquellas parroquias donde haya presencia de alguna comunidad religiosa, algún monasterio o alguna misión promovida por parte de religiosos o religiosas.

33. Finalmente, quiero invitarles a todos ustedes para que durante este año y siempre,  contemplen a María, ‘Mujer del Evangelio, de la Profecía y de la Esperanza’, para que siguiendo su ejemplo cada uno de ustedes, consagrados y consagradas, renueven su ‘sí’ en la escucha de la Palabra y puedan, día con día, entregarse totalmente a Jesucristo el ‘Esposo fiel’, sin fingimiento y con generosidad. Que el ejemplo de sus santos patronos, padres fundadores y madres fundadoras, les sirva como modelo para entregarse sin reservas a la causa del Reino.

Fraternalmente en Cristo y María.

 

Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a los 23 días del mes de noviembre del año del Señor 2014.
Solemnidad de Cristo Rey del Universo.
Año de la Pastoral de la Comunicación 

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro