Conquista, pacificación y evangelización de la Sierra Gorda – Secularización de las Misiones

La secularización de doctrinas en el Arzobispado de México

Cuando, en la primera mitad del siglo XVI, la corona española encomendó a las órdenes mendicantes la evangelización de la población indígena de Nueva España, haciendo a un lado al clero secular, se inició una confrontación entre ambos cleros que sólo se solucionó hasta la segunda mitad del siglo XVIII, gracias a la orden de Fernando VI de secularizar todas las doctrinas en manos de frailes. Entre 1524, cuando llegó el primer grupo franciscano evangelizador, y la cédula de 4 de octubre de 1749 que decretó la secularización de doctrinas, hubo muchas discusiones, polémicas e intentos en Nueva España por quitar a los frailes la administración espiritual de los indios.

Salvo en tres momentos del siglo XVII, cuando varios frailes fueron separados en algunas doctrinas de los obispados de Puebla, Yucatán y Oaxaca, la fuerza y los recursos de las órdenes mendicantes fueron tales que lograron impedir cualquier intento mayor. No obstante, ello no significó que todo siguiera igual hasta 1749, ni que el éxito que después de este año hubo en la secularización se debiera fundamentalmente a lo actuado por el nuevo arzobispo de México y el virrey Revillagidedo, como el primero presumió en Madrid. En realidad, la aplicación de la cédula de 4 de octubre se dio en mejores condiciones que todos los intentos anteriores, pues durante la primera mitad del siglo XVIII las doctrinas habían sido objeto de una mayor sujeción a la autoridad arzobispal, a la vez que la feligresía no india de las parroquias había minado la otrora gran autoridad de los religiosos en los pueblos de indios.

Hacia el 4 de octubre de 1749, a un año de iniciadas las juntas sobre la reforma del clero regular y la secularización, Fernando VI se decidió finalmente a ordenar, mediante real cédula, la secularización de las doctrinas de religiosos en los arzobispados de México, Lima y Santa Fe. Por lo general, todas las misiones debían ser «secularizadas» a los diez años de fundadas. Esta norma estaba condicionada a que la misión estuviese suficientemente adelantada para tal cambio de gobierno. Esto pocas veces pudo lograse en sólo diez años y así lo corriente fue que las secularizaciones se demoraran por mucho más tiempo. Con frecuencia eran los misioneros, conocedores de la realidad quienes se oponían a secularizaciones prematuras, mientras éstas eran solicitadas por los hacendados y colonos, y a veces también por los funcionarios reales. A éstos les interesaba que los indios empezasen a pagar impuestos, y ahorrarse además los sínodos y otras ayudas que la real hacienda proporcionaba a las misiones, mientras para hacendados y colonos la secularización significaba mayor facilidad para comprar sus tierras a los indios, Por su parte, los indios eran fáciles de ganar con el señuelo de un cambio que los libraría de la disciplina de vida y trabajo impuesta por los misioneros; que esta libertad pudiese conducirlos muy pronto a la esclavitud del hambre y la miseria escapaba a la inteligencia de los más. Los religiosos franciscanos lograron demorar la secularización de las misiones unos años más. Las presiones a favor de la secularización continuaron y los superiores de SAN FERNANDO opinaban, ya desde 1766, que no habría por qué oponerse a tal medida. Los religiosos se fueron haciendo a la idea y preparando a los indios para el cambio.

El 22 de agosto de 1766 el EXCMO. SR. D. FRANCISCO ANTONIO LORENZANA Y BUTRÓN, tomó posesión como ARZOBISPO DE MÉXICO, llegó con grandes ímpetus secularizadores. El 10 de julio de 1769 pidió oficialmente el Colegio de San Fernando al Virrey que las cinco misiones fuesen puestas bajo la administración de sacerdotes seculares, lo que fue concedido por decreto el 10 de agosto de 1770. Para ejecutar la transferencia fue comisionado don Vicente Posadas, vecino de Rióverde. El Arzobispo Lorenzana encargó al cura de Cadereyta, que procediese al recibo de las misiones.

Los misioneros salieron de las misiones en 1770. Desgraciadamente muchos historiadores coinciden en señalar que después de la salida de los misioneros el equilibrio se deshizo. A fines del siglo XVIII, las misiones decayeron; hubo tumulto de indio, abandonaron los pueblos, volvieron a sus guaridas, los pueblos se quedaron sin gente y en la mayor miseria. Se dice que el mismo Ilmo. Sr. Arzobispo Lorenzana, que fue testigo de la catástrofe, le obligó a decir, al pasar a gobernar la Mitra de Toledo, que ninguna cosa sentía más en este mundo que haber quitado las misiones de la Sierra Gorda al Colegio de San Fernando.

Pero, ¿por qué decayeron con el clero secular? Las razones son muchas, algunos afirman que fue por los abusos e incomprensiones de los sacerdotes seculares. En otras razones se dice que los individuos del Clero secular enciados a la Sierra fueron, al parecer, muy pocos. No contaban, por otra parte, con el apoyo de una institución como el Colegio de San Fernando, que los proveía de recursos, sustituía al peresona enfermo, canalizaba sus quejas y los defendía. es fácil imaginarse el desamparo e impotencia que debieron sentir aquellos pobres sacerdote, en pueblos cuyos habitantes habían sido liberados en el papel, pero que ni sabía, ni tenían los medios económicos para hacer efectiva su nueva libertad. Es cierto que las misiones de deslizaron rápidamente hacia una lamentable ruina. Lo único que se mantenía en su magnificencia y esplendor eran las Iglesias.

 

Excmo. Sr. D. Francisco Antonio de Lorenzana y Butrón

Desde el 14 de abril de 1766 al 27 de enero de 1772 asumió el arzobispado de México, donde desplegó una energía y capacidad de trabajo tales que se hizo tan famoso como temido, sobre todo por los conventos de monjas, cuyos estatutos intentó reformar, y por los jesuitas, contra los cuales chocó desde el principio. Supo conjugar la fe católica con el reformismo ilustrado e intereses sociales e incluso científicos.

Recogió y publicó las actas de los primeros concilios provinciales de México en 1555, 1565 y 1585: Concilios provinciales, I, II, III, de México (México, 1769-70). En 1771 él mismo convocó el cuarto concilio provincial mexicano, que comenzó el 13 de enero y terminó el 26 de octubre.  Desafortunadamente sus decretos, que envió a Madrid para ser confirmados, no fueron aprobados por los monarcas ni por el Papa y quedaron sin publicar. También se dedicó a la historia profana escribiendo y anotando prolija y eruditamente una Historia de la Nueva España, escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés (México, Joseph Antonio de Hogal, 1770) que incluye la primera edición mexicana de las Cartas de Relación de Hernán Cortés, con importantes mapas y ampliaciones con textos de Lorenzo Boturini Benaducci y fray Agustin de Betancourt. Fomentó también la elaboración de gramáticas indígenas, proyectos de urbanismo y diversas excavaciones y estudios relacionados con las antigüedades mexicanas, y produjo varios catecismos para párrocos y niños.

El infatigable arzobispo volvió a España en 1772 para colocarse a la cabeza de la archidiócesis de Toledo hasta el año 1800. Fue nombrado cardenal el 30 de marzo de 1789 por Pío VI y tras participar en el cónclave tras su fallecimiento (1799-1800), renunció a su arzobispado por razones de salud. y acompañó al antiguo cardenal Chiaramonti y nuevo Papa Pío VII a Roma y allí permaneció hasta su muerte.

En 1801 fundó una nueva Academia Católica en la Ciudad Eterna. A su muerte nombró como herederos suyos a todos los pobres. Su sepulcro está en Roma, pero fue trasladado a Ciudad de México.